Elissa Teles Muñoz: Selección 1:

La nueva conductora

Era la primera semana de otoño de mi penúltimo año de la escuela secundaria, y soplaba un viento fresco pero a la vez hacía un calor cómodo: mi época favorita de todo el año para practicar fútbol. El día era particularmente bonito, no había ni una nube en el cielo. Después de dieciséis años largos, por fin había obtenido mi licencia de conducir. Este era el día perfecto para usarla por primera vez. Me puse el uniforme de práctica que consistía de unos chores de ejercicio de color azul oscuro, una camisa blanca que llevaba mi apellido en la espalda, y medias de fútbol azules que subí sobre mis espinilleras justo debajo de la rodilla. Ya mi cabello estaba listo para la práctica con dos largas y apretadas trenzas y una cinta rosada para asegurarme que con todo el ejercicio que iba a hacer, no tendría nada en la cara. Agarré una botella de agua de la nevera y salí corriendo de la cocina –estaba tan emocionada que quería salir temprano para tener suficiente tiempo para disfrutar el viaje. Justo antes de que pude abrir la puerta, mi mama me paró con una mirada preocupada. –Elissa –dijo ella–, por favor ten cuidado. Sé que estás emocionada, pero hay que manejar lento y poner atención a la calle. –Yo sé, mamita. Tú sabes que soy muy cuidadosa. Le di un besito en el cachete y agarré mi mochila. –No puedo creer que ya vas a poder manejar sola. Hace nada eras pequeñita. –No te preocupes, mamá. Nos vemos después de la práctica. Me monté en el asiento del conductor. El carro era grande, pero se sentía aún más espacioso ahora que estaba sola. El volante de cuero se sentía suave en mis manos. Pasé mis dedos sobre los bultos intrincados de cuero cosido. Ese ya no era el carro viejo de mi papá, en ese momento me senté en lo que se convertiría en mi primer carro. Apreté el botón para encender el auto, conecte mi iPhone para escuchar mi canción favorita y arreglé el espejo retrovisor a mi altura. Fue allí cuando vi mi imagen y me sentí independiente y libre. Era el primer momento en que tuve control de mis movimientos y pude decidir a dónde iba. Vi a una chica madura que me miraba desde el espejo. Fue como abrir un poquito la puerta de mi futuro y mirar como me iba a convertir cada día en una persona independiente al pasar el tiempo. Llegó el momento de arrancar, bajé el vidrio de la ventana. Cuando el aire fresco tocó mi cara, me di cuenta que por dentro estaba explotando. Algo que nunca había sentido antes, como si la sangre que corría por mis venas estuviera hirviendo. Yo ya había sentido mariposas en el estómago en otras ocasiones pero esto era diferente –el sentimiento era una combinación de poder y libertad. Empezó el proceso de madurar como persona y de sentir que literalmente, la responsabilidad la llevaba en mis manos. Con las todas emociones interconectadas, salí en retroceso a la calle donde vivía y me fuí rumbo a la escuela. Los árboles ya estaban empezando a cambiar de colores, el amarillo y el anaranjado tenían un brillo que solo se podía admirar a esa hora de la tarde, cuando ya el sol iba a desaparecer. Mis ojos estaban enfocados en el camino y a pesar de que me sentí segura de estarlo haciendo bien, nunca pensé que ese día todas esas calles se iban a ver tan diferentes y me iban hacer sentir tanta alegría, emoción, un poquito de miedo y orgullo al mismo tiempo, todo mezclado, como un batido de frutas. Yo estaba familiarizada con esa ruta, tenía ya 5 años recorriéndola con mi mamá varias veces al día para practicar para el examen de mi licencia de conductor. Casi al pasar por Cindy Lane, recordé que siempre había un policía escondido detrás de unos pinos y piedras, revisé rápidamente con el rabillo de mi ojo derecho y no estaba allí en esa ocasión; — perfecto, algo menos en qué preocuparme– pensé yo. Sentí la brisa fresca y el olor a césped que estaba siendo cortado en el frente de una de las casas por las que estaba pasando. Ya sólo faltaba llegar al único semáforo que había en la ruta y cruzar a la izquierda para entrar a la zona donde estaban todas las escuelas del distrito una al lado de la otra. Ya al fin del viaje, miré a mi alrededor por última vez. Suspiré profundamente y me bajé del carro. De repente, caminé un poco más recta, con un aire de confianza desconocido. Era la nueva conductora, una Elissa madura con toda la vida por delante.