Elissa Teles Muñoz: Selección 2:

Sentada con Miguel

Mi hermano Miguel, que tiene 22 años, está muy ocupado coloreando una hoja blanca de papel haciendo largos trazos con un marcador amarillo. Estamos sentados en un reservado en la esquina de nuestro restaurante favorito, Sherwood Diner. Miguel ve a las personas sentadas en las mesas a su alrededor en el restaurante con una mirada perdida. Luego mira a su perilla de puerta que compro en eBay, lo cual él considera su juguete favorito que siempre lleva con él a todos lados, dandole seguridad y tranquilidad; le abre puertas a lugares que más nadie puede visitar. De repente, Miguel hace un sonido lleno de felicidad que hace que algunos clientes brinquen del susto y susurren, pero después de tantos años yo casi no lo noto. El cierra sus ojos y comienza a mover rápidamente sus manos de un lado al otro mientras hace un sonido que suena como una aria corta con notas alegres y fuertes. El mundo de Miguel donde la alegría de repente se puede convertir en agitación es normal para mí, su hermana. Cuando voy a casa, lo veo del otro lado de la mesa, y veo un hombre con lentes y patillas al lado de sus cachetes, pero no puedo dejar de pensar en aquel Miguel cuando éramos niños. Mi hermano fue una vez mi mejor amigo. Nos escondíamos debajo de castillos que hacíamos con sábanas y almohadas y nos reíamos mientras nuestro papá, el “monstruo cosquillero” nos perseguía. Para nosotros, el mundo era nuestro, y nadie necesitaba entender nuestro dinámica. Así que, qué importaba si no podía hablar? Estaba bien que él me llamara “weeda” y que gritaba de pronto de vez en cuando. Todos nos frustramos de vez en cuando. Claro que Miguel tenía sus momentos, pero nosotros disfrutábamos los momentos en que construimos montañas rusas con Legos y salpicamos agua en la piscina. Yo tenía cinco años la primera noche que lo vi a Miguel pegarse en la pared con la cabeza. Fue la primera vez que supe que había algo malo, algo diferente a los demás. Tampoco puedo olvidar su primer ataque de epilepsia, yo tenía diez años, cuando de repente sin advertencia, él colapsó en el piso de Target. Yo pensé que solo estaba jugando, pero cuando no se paró del suelo yo me asusté mucho. Desde entonces, yo anhelé tener un hermano neurotípico. Fue una palabra que pronto entró a ser parte de mi vocabulario. La vida de Miguel es difícil. Su condición hace que cosas simples se puedan convertir en peligrosas. Por ejemplo, él no tenía permiso de andar solo sin supervisión en la bicicleta y un día la tomó sin que mis padres se dieran cuenta, y casi llega a una calle muy transitada. Fue horrible. Yo estoy constantemente preocupada por él, y sé que me voy a sentir así por toda la vida. Cuando estudié en la escuela media empecé a comparar a Miguel con los hermanos de mis amigas. Me sentí mal por él, pero también por mi. Yo solo quería tener las típicas peleas de hermanos de quien usaba el baño primero en las mañanas o quien podía tener el auto en la noche del viernes. ¿Por qué me tocó esto a mi? Al pasar el tiempo, he entendido una verdad más profunda: aunque se puede decir que la condición de Miguel a veces me hace la vida difícil, eso no cambia el hecho de que es mi vida, es nuestra vida. Ahora entiendo que nuestra realidad no es contingente en las realidades de mis amigos, compañeros, o cualquier otra persona. Así que no importa si Miguel se comporta en una manera diferente –hay que aceptarlo, y quererlo sin hacer comparaciones. Ahora que estoy en la universidad, y voy a visitar mi casa cada vez que puedo, me doy cuenta que lo que he aprendido por amar a mi hermano tiene otra definición. Es un amor que no necesita palabras. Como nuestra dinámica cuando jugábamos como niños, ahora nuestra relación única no es algo que nadie más necesita entender. Mientras tanto en el restaurante, viene la mesera, que conoce el plato favorito de Miguel, y le pregunta si quiere su hamburguesa con papas fritas antes de él decir nada. El le dice con la cabeza que sí, y continúa pintando con su marcador amarillo saliéndose un poquito de la hoja blanca a la mesa. Miguel y yo ya no tenemos peleas con almohadas en las noches, pero si vamos a compartir muchas noches como esta, sentados en una mesa de restaurante.